"Mami, ya no duermo más. Mami, he terminado de descansar. Mami... Mami... ¿Mami?"
Esto es con lo que me despierto casi todas las mañanas. El glorioso, hilarante y melódico sonido de la voz de mi hija que me hace señas para que la libere de la prisión de su cuna (¡tiene 3 años y me pellizco de la suerte de que todavía esté inmóvil por la noche!)
La rutina no pasa de moda, y mi marido y yo nos reímos de ella todas y cada una de las veces. Pero ayer, se volvió hacia mí y me dijo "¿te puedes creer eres la mamá y y yo el papá?" Los dos nos quedamos tumbados durante un minuto y luego nos reímos de nosotros mismos mientras las lágrimas resbalaban por nuestros rostros ñoños, hasta que llegó el momento de ir a levantarla y sacarla.
La increíble realidad de que ahora soy oficialmente la mamá de alguien es el tema de mi nuevo libro de poesía, alguien me llama mamá. Se trata de una antología de 100 poemas que pretende captar las incongruentes perspectivas de padres e hijos. Mi objetivo al escribir e ilustrar el libro era una catarsis muy necesaria; una forma de ayudar a sanar del reciente fallecimiento de mi querida madre.
Pero de lo que me he dado cuenta ahora que madres de todo el país están leyendo el libro, respondiendo a él de forma tan contundente y aportando pensamientos sinceros, es de que este libro es mucho más universal de lo que yo podría haber imaginado. El giro esclarecedor y cómico de las perspectivas duales de madre e hija sobre temas como la lactancia materna, la seguridad infantil, los pañales y otros, ha captado la experiencia parental, y más concretamente la maternal, de una forma visceral.
¿Por qué? ¿Qué ocurre? ¿Cuál es el nivel más profundo?
Creo que la respuesta está en el hecho innegable de que, aunque nos convirtamos en padres, nunca dejamos de ser niños. Claro, cargamos con profundas responsabilidades. De acuerdo, nos convertimos en las personas rutinarias y posiblemente aburridas en las que hemos pasado la mayor parte de nuestras vidas evitando convertirnos. Sí, nos sometemos a la realidad de que ahora hay alguien un peldaño por debajo de nosotros en el árbol genealógico.
Pero no, no nos hemos convertido en adultos de forma repentina, mágica e irreversible. Nuestro niño interior anhela una cita para jugar, una rabieta, trepar a un árbol. Muchos de nosotros, en mi afortunado caso, tenemos el tiempo y el espacio necesarios para ser testigos de los viajes de nuestros hijos. No sólo podemos ser sus guías, sino que deberíamos ser sus compañeros de juego.
La lección inesperada de mi libro, y creo que la intención de muchos de los autores inspiradores que he admirado a lo largo de mi vida, es que tenemos que mantener viva nuestra perspectiva juvenil. Tenemos que reír, respirar y jugar para mantener a toda costa nuestro sentido infantil del asombro. No sea que nos convirtamos en los padres predecibles y estáticos que nunca querríamos ser.
Ha llegado la primaveray mi hija llegó hace poco del colegio para contarme que había "empujado unos gusanos con un palo en el colegio". Claro, la antigua chica de ciudad que hay en mí retrocede disgustada, ya que hace siglos (bueno, décadas en realidad) que la caza de lombrices dejó de ser uno de mis pasatiempos favoritos. Elegí la respuesta que ella necesitaba... una de alegre sorpresa y exuberancia.
Ella me inspiró para intensificar mi juego y probar algo fuera de mi zona de confort. Poco a poco empecé a recoger lombrices con mis dedos aprensivos y a trasladarlas a zonas donde creíamos que serían "más felices". Pronto, mis manos seguras de sí mismas y mi hija exploradora se alegraron de salvarlas de un "largo viaje" hasta las plantas deseadas. En esta época del año me conformo con una dosis de lo más maravilloso que se pueda imaginar: gusanos, caracoles y orugas, además de nuevas aventuras y tiempo de calidad con mi amiga pequeña.
Ser padres no significa dejar de ser niños. De hecho, es nuestro deber demostrar a nuestros hijos que también podemos estar a su altura. A su vez, se sentirán honrados de llamarnos mami y papáy seguirán nuestros valientes ejemplos algún día, cuando les llegue la hora de encarnar esos honrosos títulos.
Rupa Mehta
Autor